No sabes lo orgullóoso que me siento con tu progréeso; desde pequeño, éstas carníitas y éstos huesíitos en un bombardeo de precoz genialidad ya se cuestionaban cosas profundas y trascendentes, como la tan discutida importancia del dedo meñique del pie. Del pie derecho, claro está, porque la pecueca del izquierdo se fue haciendo tan fuerte desde mis años mozos con Clarita, que tomó proporciones terroristas. Nó le estoy hablando paja hijito, es más, desde que murió el bandido de Tirofijo, Linita ahorró mucho en limones, bicarbonato y piedra pómez.
Te confieso algo hijito; tu aspecto bonachón, tu frente rolliza y en general ese adusto semblante de eterno estornudo que siempre llevaste a las reuniones con los peones de la finca, no me inspiraban mucha confiáanza. Siempre te vi como el dedo meñique de mi pie deréecho, ahí, apilaíito junto al montón, como temiendo no salir en las fóotos que nos tomábamos en los consejos comunitarios que hacíamos en El Ubérrimo gráande. Pero debo reconocerte áalgo, nunca me causaste dolor a pesar de ser propenso a golpearte contra las patas de las cáamas, méesas y demás cachivaches (cuéntese jueces, magistrados, fiscales, opositores, periodistas y demás amigos de la Fáar). Nada que ver con Fernando Londoño, aunque Lina siempre me dijo que los Pincher eran muy latosos.
Siempre has sido fiel mi querido Meñique, y ni siquiera me hiciste mala cara cuando me dieron sabañones, buéeno, la verdad, asumo que no te molestaste por ello, ya que nunca te vi cambiar la cara de siéempre. Pero desde que te mandé a peliar lo que es mío, “nuestra” querida parcelita de cafetíicos, la patria chica, has estado al nivel del dedo gordo del pie. Yo sí sabía que Pachito no servía ni pa juanete. Casi me caigo de mi caballo cuando por fin te vi en la Tv hablando como hablan los hóombres, con esa verraquera paisa que hace belicosas las paláabras, pero a la vez con ese cantaito que hace que decir huesitos se eschuche tierno y no